UN VUELO DE REGRESO
Una pluma llegó a mis pies. Casi invisible, suavemente, como cuidándose de no hacer ruido.
Escapada de algún pájaro más preocupado en esquivar los
abrazos y besos que deambulan por el aire faltos de dueño, que en cuidar su
vestido. Es que nadie los quiere. A los besos y a los abrazos, digo; y creo que
tampoco a los pájaros.
La miré y tuve miedo de tomarla; ¿cuánto viven los virus en
una pluma?
Era pequeña y azul, de un azul agrisado y profundo.
Me pareció verla temblar, reposando en el empeine de mi pie
descalzo.
Como un reflejo, pateé al aire para librarme de ese estorbo y
fue a parar a la arena. Justo al lado de una botella vacía de refresco que
sucia y abandonada, purgaba la larga agonía de convertirse en polvo. “No voy a
estar para verlo”, me dije para mis adentros.
Volví a mirar al cielo intentando encontrar al dueño de
aquella pluma que seguía temblando de miedo y soledad. Pensé lo extraño que
sería para ella el encontrarse en este lugar, acostumbrada al movimiento de las alas que le daban sostén.
Pero, ¿cuánto hacía que había abandonado a su ave madrina?,
¿se había despegado como una hoja de árbol en otoño al envejecer o había sido
expulsada por alguna razón?
Por fin la tomé en mis manos y con mucha suavidad la hice
pasar por mis dedos. Cerré los ojos y sentí su caricia. Me hizo sonreír con
pequeñas cosquillas.
¿De dónde venía?, ¿a quién pertenecía?
Al caer la tarde, guardé la pluma en mi bolsillo y fui hasta
la biblioteca del pueblo. Recordaba de mis tiempos de estudiante, que había un
libro que hablaba de las aves.
Busqué por largo rato. Descubrí que había tantas especies de
pájaros como sueños podía tener en mi cabeza.
Muy entrada la noche, lo encontré. Al dar vuelta una hoja me
topé con un ave hermosa y alegre. Nunca creí que fuera posible descubrir una
sonrisa en el pico de un pájaro, pero éste sonreía.
“Guacamayo Azul (Anodorhynchus glaucus), significa, pico sin
dientes de color azul grisáceo, también llamado Arará Celeste y Guaá-hoví en
guaraní. Extinguido, se lo vio por última vez (se cree aunque se duda), hace
más de 65 años.”
Releí el párrafo y una palabra quedó dando vueltas en mi
cabeza: “Extinguido”.
¿Cómo podía ser?, ¡tenía una de sus plumas en mis manos,
estaba seguro!
Rebusqué en mi bolsillo y allí estaba, aunque ahora su
aspecto no era el mismo que en la playa: mustia, su color se había tornado más
negro y opaco, sus pequeñas barbas estaban separadas y endurecidas. Su
hermosura se había extinguido.
A partir de ese día, miro por horas al cielo esperando que
aparezca el dueño de mi pluma, para encontrarme con la sonrisa de ese “pico sin
dientes”.
Quizás regresen desde el pasado él y sus amigos, ahora que el
aire es más puro. Aunque no sé, por cuánto tiempo.
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