LA VIEJA DE LA VENTANA Poco a poco su rostro surgía desde la oscuridad de aquel cuarto, como la caricatura de un espectro pasado de moda que solo podía asustar a los distraídos. La luz difusa del sol oculto por los edificios que rodeaban mi calle, iluminaba con desgano aquella cara, descubriendo apenas el contorno de sus pómulos endurecidos por los años, los labios apretados y aquellos ojos chiquitos que aunque cansados de tanto mirar, retenían aún restos del brillo adolescente donde se reflejaba el ir y venir de la gente. Le llamábamos la vieja de la ventana. Ella gastaba sus días, asomándose al mundo a través de aquella ventana de vidrios pequeños y antiguos, escondida detrás de una raída cortina de voile que alguna vez fue blanca y que silenciosa, se movía al impulso de su arrugada mano. Siempre estuvo ahí desde que tengo memoria. Vivía en una de las casas más viejas y derruidas del vecindario. Una construcción de techos altos, paredes gruesas y ventanas enormes con balc
Historias, versos y otras yerbas.