EL
TREN DE LAS 6:30
-Se vino el frío…- dijo Pedro frotándose las
manos y moviéndose unos pasos para alejarse de la vía.
El tren de las 6:30 estaba por pasar.
La estación de San Fernando se veía casi
desierta a no ser por la presencia de Pedro el guarda-agujas y Rodrigo su ayudante.
El viejo edificio de diseño inglés, exhibía
con orgullo sus paredes de chapa acanalada pintadas prolijamente de azul.
Es que había mucho tiempo y las horas se
mataban entre pintura, barridas al andén y a la oficina, mates y más pintura.
-¿Y no juegan al truco?- preguntó una vez un
pasajero que recaló allí por error.
-¡Ta loco!, más aburrido que jugar al truco de
a dos, ¡deje quieto!
Mantener la estación era otra cosa y casi la
única cosa que hacer.
Cada detalle que encontraban, era observado, conversado
y vuelto a observar para después discutir largas horas para decidir qué hacer.
-Mirá este agujero.
-Pa, nunca lo había visto.
-Y por eso te digo que lo mires.
-Parece de clavo, porque hormiga o gusano en
la chapa, nunca vi.
-¡Lógico que es de clavo!, de afuera pa’ adentro.
-O sea…como de acá pa’ allá. Mmmm, ta’ raro.
Los dos hombres tirados panza abajo sobre el
piso de hormigón del andén, miraban el pequeño orificio en la base de una de
las paredes.
Las peras apoyadas sobre las manos, tiesos,
con las frentes arrugadas para pensar mejor y las gorras del uniforme echadas
para atrás haciendo equilibrio sobre las nucas.
-Ese agujero ayer no estaba- murmuró Rodrigo.
-¿Y vos cómo sabés?, ¿anduviste con clavos
por acá?- lo interrogó Pedro desconfiado.
-¿Y qué iba a hacer yo con clavos por acá?.
Mire si voy a andar queriendo clavar en chapa, ¡déjese de joder!.
Estuvieron un buen rato como siempre, había
tiempo; el tren de las 6:30 hacía mucho tiempo que no pasaba, y lo peor, nadie
preguntaba por él.
La estación era un punto azul en medio de la
nada, brillando al sol como un lunar de color entre tanta tierra colorada.
-¿Y si armamos un jardín en el fondo?-
preguntó distraído un día Pedro.
-¿Cómo jardín?
-Claro, un jardín; ¿cómo va a ser?. Con
flores, limonero, una palmera, una fuente. Mirá todo el lugar que hay al cuete
ahí atrás.
-¿Y de dónde vamos a sacar todo eso si no hay
dónde comprar?
-Ah, Rodrigo; por eso soy guarda-agujas. ¿Ves
allá un montón de bolsas que hay en el galponcito?.
-Veo.
-Bueno, son semillas. Hay de todo lo que se
te antoje, hasta de papa hay, pero esas no sirven porque no vamos a hacer
quinta, vamos a hacer jardín.
Se pusieron entonces a pensar la manera de
transformar ese terreno vacío y árido, en un jardín.
Estuvieron unas cuantas semanas dándole
vueltas al asunto, hasta que una mañana Rodrigo se iluminó: -¡ya está!- dijo, y
se puso a hacer rayas y figuras en la tierra con un palo. Se movía de un lado
para el otro, se paraba a mirar los dibujos, los borraba con las alpargatas y
corregía.
-Mire; acá van las rosas, por acá las
margaritas que las podemos entreverar con pensamientos (las flores, no los
suyos que a veces no son muy lindos que digamos); en este lugar va el limonero
cerca de la estación así podemos arrancar limones sin movernos mucho. Lo que no
sé, es de dónde vamos a sacar la palmera y la fuente.
Se quedaron un rato mascando la dificultad
hasta que Pedro enfiló para el galpón.
Al rato, salió con un cartel que clavó en el
fondo: “PALMERA”.
-Lo pongo lejos de la estación no vaya a ser
que la palmera, que son de agarrar altura, se nos vaya a caer encima al primer
vientito.
-Bien pensado- contestó el otro.
-Y por ahora el aljibe va a hacer de fuente
hasta que consigamos una de verdad. Agua tiene.
Todos los días tempranito, se paraban en sus
puestos para esperar el tren de las 6:30, y todos los días a las 7:30 volvían a
sentarse sin que el bendito tren pasara por San Fernando.
El paisaje rojo que rodeaba la estación, se
fue comiendo poco a poco el azul de sus paredes y el herrumbre avanzó despacio
pero sin detenerse, como una enfermedad silenciosa de la que no se daban
cuenta.
Una mañana que había amanecido con niebla, divisaron
algo sobre las vías.
Estiraron sus uniformes con las manos y
pusieron cara de distraídos aunque por dentro se morían de nervios.
Una sombra indefinida se dirigía hacia ellos.
El primero en hablar fue Rodrigo:
-Me parece que para ser tren, viene medio
despacio.
-Y debe ser por la neblina- comentó Pedro.
Pero, cuando pudieron ver mejor, se dieron
cuenta de que no era el tren sino un jinete y su caballo.
-Buenas- dijo el hombre.
-Buenas- contestaron a dúo.
-No sé si habrá dado cuenta, mi amigo- encaró
Pedro – pero anda sobre las vías del tren.
-Ah, sí. Es lo más seguro para no errar el
rumbo en estos días que no se ve nada. Uno va derechito.
Rodrigo terció en la conversación:
-Tiene suerte que pasa un solo tren por acá,
porque si no…
-¿Tren por acá?, ¡hace años que no pasa un
tren por acá!- exclamó el extraño medio a las risas reemprendiendo el camino
por las vías desoladas y saludando con su mano, ya en marcha.
Pedro y Rodrigo se quedaron prendidos de
aquel saludo que no lograban descifrar, viendo la figura que se iba haciendo
chiquita mientras se zambullía en la niebla.
-Hace años…- masculló Pedro en un murmullo.
-Así dijo el hombre…- comentó Rodrigo sin
dejar de mirar el paisaje ahora transformado en nada.
El guarda-agujas sacó el tabaco y las
hojillas del bolsillo izquierdo de la chaqueta (tenía un agujero que arreglar, un
día de estos iba a perder todo) y armando el cigarro lentamente, movió la
cabeza como negando: - ¡qué lo parió, el tiempo se va volando!.
El silencio se adueñaba de la tarde en la
estación de San Fernando.
-En fin, habrá que jugar un truquito de a
dos, nomás, ¿qué te parece Rodrigo?.
Rodrigo se acomodó la gorra para atrás y
aceptó el convite: -y bueno, dele.
Pero antes de sentarse, se arrimó a la
boletería, tomó el cartel de abajo del mostrador, lo sopló para correr el polvo
aquerenciado de muchos años, le anudó la piola rota y lo colgó: “TREN DE 6:30 -
BOLETOS AGOTADOS”.
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