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CINCO VENTANITAS


CINCO VENTANITAS


No había nada más lindo que soñar con viajar.
Con los ojos bien abiertos, fija la mirada en la hoja de papel, el lápiz se movía nervioso entre los dedos de nuestras manos, ansioso por comenzar a manchar el blanco universo que esperaba llevarnos muy lejos.
Nuestras cabecitas se iluminaban de locuras nacidas de tantas historias vistas y oídas y el ómnibus, comenzaba a delinearse corriendo por la carretera, siguiendo aquella línea amarilla que imaginábamos alguien había pintado con un grueso pincel de forma precisa. ¡Cuánto trabajo!.
Dibujábamos lomas eternas que se prolongaban hasta el infinito orladas por aquella cinta gris que subía y bajaba al compás del paisaje. Y sobre ella, en un lugar distinto cada vez, una cajita de metal aplastada en el papel marchaba coronada por cinco ventanitas.

Detrás de cada una de ellas, se asomaba una historia.
Pintábamos los ojos negros que descubrían la mirada de aquella muchacha que regresaba a su hogar luego de que la vida la había llevado muy lejos. Cargada de sueños había partido y hoy traía en sus maletas algunos de ellos rotos y otros perdidos.

En la siguiente se asomaba el rostro de un niño con su boca abierta dibujada como un círculo en su carita y los ojos grandes como platos, sin permitirse pestañar, incluso hasta quedar rojos, para no perder nada de lo que le descubría a cada paso el paisaje. ¡Tanto mundo allí afuera moviéndose sin parar y sin tiempo a pensar!.

En la ventanita de al lado, un novio apoyaba la cabeza en el cristal dibujando con su aliento a su amada que aún movía su mano en un adiós en cámara lenta. Recorría su rostro de ojos llorosos y una media sonrisa y la mueca de sus labios diciendo en silencio, “te voy a extrañar”.

El ómnibus seguía la marcha con su carga de historias, sacudiéndose a veces, como la vida y dejando viejo al tiempo que se volvía nuevo en cada metro ganado en el asfalto.
Algo ajeno al mundo exterior, un puñado de gente pasaba de largo sin reparar (por imposible) en esa otra gente que quedaba atrás, al lado de la carretera.

Algunas ventanitas vacías de miradas y caras, nos hacían pensar en olvidos, arrepentimientos repentinos o decisiones urgentes. O en golpes del destino que llevaron a algunas almas a detener su paso y quedarse en su lugar antes de emprender el viaje.

El motor resoplaba al subir las cuestas.
Adelante, el chofer iba atento a sus propios pensamientos. Conductor ocasional de aquellas vidas a las que debía llevar seguras a su destino.

Cinco ventanitas perdían su brillo cuando el sol se ocultaba en el papel al apagar la lámpara que iluminaba la mesa y la noche cubría nuestro dibujo.
Y así, detenido en el tiempo, aquel rectángulo surgido del grafo de nuestro lápiz escolar, aguardaba la resurrección en un nuevo sueño de niños.

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