Ir al contenido principal

El papel higiénico


PAPEL HIGIÉNICO - 
Cuentos de mi padre y sus amigos.

Como todas las provisiones, el papel higiénico había sido comprado en unas de las tantas etapas del viaje de ida. En un boliche se compraba el vino, y de paso se disfrutaba de una grapita o caña para no pasar por mal educados frente al bolichero. En otro, se compraba el tabaco y se repetía, acorde a la época, religiosamente el rito: una copita “al paso”. Cuando llegó el turno al papel higiénico, a los compradores se les hizo difícil recordar la cantidad necesaria, y bueno, se compró “al tanteo”. 

El día en que se terminó, al Pájaro se le da por querer ir al baño con todos los lujos. La boca se le convirtió en un surtidor de recriminaciones y lamentos hacia sus compañeros: -“¡Con ustedes no se puede salir!, ¡miré usté, no tener papel ni para limpiarse!, ¡semejantes hombres!, ¡qué disparate!”, y así seguía, sin recordar que él también formaba parte de las expediciones de compra y había compartido sus buenas copitas en los tantos mostradores. 

Estaban todos escuchando los lamentos del Pájaro sin prestarle mucha atención, cuando al Tarugo se le iluminaron los ojitos. En voz baja, se acercó a su compañero Cabrera y le dijo:
-“En el cajón de las provisiones hay un paquetito de papel, alcanzáselo a este loco para que no joda más.”. Cabrera se dirigió entonces hasta el cajón, desenvolvió el paquetito y le trajo el papel al Tarugo quien se lo dio al hombre que estaba en apuros. –“Tomá, dejate de quejar, acá tenés papel”.

El Pájaro cambió su cara y dijo: - “Yo sabía que el Tarugo era un amigo”, y se fue muy contento para el monte.

No pasó mucho rato antes de que se oyeran los gritos del Pájaro entre los yuyos y todos lo vieron correr con los pantalones bajos rumbo a la laguna.

El paquetito de donde salió el papel, envolvía la pimienta. El Tarugo lo sabía y el propio Cabrera se aseguró que ambas caras estuvieran bien “adobadas” por las dudas. 

Es sabido que la pimienta no es buena para las hemorroides.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LOS ABUELOS: día del abuelo 2021

Las abuelas, los abuelos Por detrás de los asombrados ojos de mi madre y de mi padre, asomaban, vistiendo sonrisas amorosas, cuatro rostros. No sabía yo al momento de nacer (¡cómo lo iba a saber!), que iban a acompañarme el resto de mi vida. Mis cuatro abuelos aunque muy distintos, se las arreglaron para dejarme cada uno su legado, aun cuando seguramente, ellos nunca lo supieron. Tuve una abuela que trajinaba todo el día, a veces rezongando, haciendo honor a su ascendencia italiana. Me enseñaba su quinta y sus gallinas y la ayudaba a tender las sábanas al sol. Algunas noches, se sentaba con nosotros a jugar a las cartas y allí se volvía niña. De ella aprendí a decir lo que pienso y que no hay tarea pequeña cuando se hace por nuestros seres queridos. Gracias abuela Ana. Tuve una abuela que me regaló una Biblia y me mimaba. Era como una especie de ángel guardián a domicilio al que acudía cuando de niño, me metía en problemas. La acompañaba a visitar a sus amigas y nos divertíamos m...

EL SÓTANO

EL SÓTANO En homenaje a todos los que pasaron por él y dejaron en sus paredes, un pedacito de historia.  Mil gracias "Ficha" y "Chiche" por compartir generosamente conmigo sus recuerdos. Escaleras abajo, el aire se poblaba de historias, y también de fantasmas que ya habitábamos desde tiempos inmemoriales ese recinto, mucho antes de haber sido levantadas sus paredes y dispuestas las ventanas. Incluso antes aún, de que alguien (ya no recuerdo el nombre) bajara esos escalones nuevos y relucientes por primera vez. Por eso puedo con propiedad, contarles esta historia. En este viejo sótano ubicado en la esquina que forman las calles montevideanas de Magallanes y Lima (donde por un descuido del destino se unen el nombre de un conquistador con el de una ciudad conquistada), un grupo de amigos orejeaba las cartas de la vida entre risas, discusiones y copas mientras allá arriba, el loco mundo seguía dando vueltas y vueltas al sol. La luz amarillenta de las lamparitas Gene...

LA SOMBRA DE ARISTO

LA SOMBRA DE ARISTO   Durante mi infancia, en el pueblo de mis abuelos (Sarandí Grande, departamento de Florida, Uruguay), un personaje al que todos conocíamos como Aristo y del que poco se sabía, recorría las calles día tras día. Iba arrastrando los pies y un poco a los tumbos llevando siempre en el bolsillo de atrás de su viejo pantalón, una honda. Todos nos burlábamos de su andar y le gritábamos “¡Aristo!” para luego escondernos para que no nos viera. Pasados los años, entendí que esa forma de tratar a los diferentes, es cruel e injusta. Aunque tarde, hoy escribo esta historia como un pequeño intento de reivindicación. —¡No se puede jugar a las cartas con ustedes!, ¡siempre ganan! Sinforosa, la abuela de Jorge, se quejaba de la buena suerte que tenían él y sus primos, Ana y Pedro, en el juego del purrete. Los vintenes iban con demasiada frecuencia de la mesa al bolsillo de los gurises y a la noche siguiente retornaban, siempre y cuando durante el día alguno no sucumbiera...