LA COMETA (Mario Ferreira)
El pasillo tibio de la casa de los abuelos convertido en taller.
A la sombra de sus paredes
descascaradas y que creía eternas, nos sentábamos sobre las baldosas amarillas
por las que tantas historias habían transitado.
Imaginaba a mi madre de niña
volviendo de la escuela, corriendo para entrar a la casa por la puerta del
fondo, aquella apretada entre la pared y el aljibe caprichoso, mitad adentro,
mitad afuera, que se metía en la sala de estar frente a la estufa.
Seguro ella, mi madre, disfrutaba
de la misma sombra en las siestas sin tiempo del verano, intentando aliviar el
sofoco que el techo de zinc imponía a los cuartos.
Y allí estábamos, eligiendo las
cañas que le iban a dar sustento a nuestra cometa. Ni muy finas ni muy gruesas,
derechas y firmes, no tan secas ni tan verdes. Huesos selectos para un
esqueleto que debía perdurar y soportar los embates del viento.
Mientras los mayores esperaban
que pasaran esas horas de lenta digestión, uno de nosotros se atrevía a colarse
en la cocina sigiloso casi como un ladrón de poca monta, para tomar prestado el
cuchillo prohibido.
Era el momento donde nuestra
tarea se volvía realmente peligrosa porque una vez que la hoja se introducía en
la caña, corría con vida propia hasta el final, sin reparar en la presencia
posible y muchas veces real, de alguno de nuestros dedos.
Y una vez lograda la
multiplicación, las astillas diminutas e invisibles nos esperaban como pequeñas
venganzas, al descuido de nuestro apuro.
Pegábamos el papel con una mezcla
casi culinaria de harina y agua, siguiendo el borde definido por el hilo; los
límites precisos de aquel hexágono escapado del cuaderno escolar y vuelto cosa,
que podíamos tocar, mover, oler.
Luego todo nuestro cuidado para
dar las medidas exactas al tiro, aquella figura limitada por las líneas que
partían del centro y de los vértices superiores para al final, unirse en el
punto perfecto.
Era una tarea precisa donde
poníamos toda nuestra atención y cada uno proponía su secreto.
Hasta que al fin, con su cola
multicolor de retazos como una novia que espera tocar el cielo, queriéndose
escapar de mi mano, estaba allí, desafiante y nerviosa mi cometa.
- ¡Mirá
como sube!, ¡aflojale, aflojale que empezó a colear!, así, dale, tira un
poquito…dejala así, así…
Los ojos se hacían chiquitos, apenas rayitas en nuestras caras redondas
mirando al sol, siguiendo el vaivén que aquella cometa caprichosa describía en
su ir y venir de una nube a la otra. Retazos de color entre algodones. Un
puntito allá arriba unido a mí por un fino hilo, como el alma al cuerpo.
De a ratos, el trepidar de los flecos nos sacaba de aquel éxtasis que se
nos antojaba la felicidad absoluta.
Nos mirábamos de reojo entre nosotros, sonrientes, orgullosos, tranquilos
después de pasar nervios en la remontada, casi siempre accidentada: “tenela más
arriba, no la soltés todavía, cuento tres…uno, dos, tres…¡pa!, te dije que hay
que sacarle cola…”
Nos sentíamos parte de ella. ¿Qué veía la cometa desde tan alto?. Seguro
que en su vuelo divisaba todos los techos del pueblo y más allá todavía.
¿A cuántos miles de metros volaba mi cometa?; nadie lo podía saber y
tampoco yo aceptaría una respuesta porque ella volaba y subía todo lo alto que
yo imaginaba.
Entreverada por un instante con una bandada de golondrinas o queriéndose
escapar atrás de una ráfaga de viento tibio. Pero siempre atada a mi mano,
obediente, bueno, a medias.
Ella tomaba de a ratos pequeñas decisiones, escorándose hacia un lado
simulando caer, o intentando dibujar un círculo siempre inconcluso.
Y como el alma se une frágilmente al cuerpo, el miedo de que el hilo se
cortara y se fuera a conocer otros cielos, tensaba mis músculos frágiles de
niño y rezaba para mis adentros: no te escapes, no te escapes…
Pero un día pasó, y mi cometa rebelde se liberó de mi mano y quedó atrapada
en lo alto de un eucaliptus.
Hoy pienso que quizás, eligió vivir allí cansada de tanto ir y venir para
dejar que el viento y los pájaros fueran sus compañeros hasta que el viejo
esqueleto de caña se convirtiera en polvo.
Y el alma de mi cometa dejó su cuerpo y siguió volando hasta hoy que empujada
por alguna primavera lejana, se encontró conmigo y por eso, quise contárselo.
Para escucharlo presioná donde dice "Listen in browser"
Comentarios
Publicar un comentario
Comentarios: