Ir al contenido principal

Corona fugaz


CORONA FUGAZ (Mario Ferreira)

Una lata en medio del fogón de la pequeña cocina. Corona real, dueña absoluta aunque fugaz, de la casa. Centro de todas las miradas de quienes pasábamos sin motivo a su lado.
Aún cerrada, emanaba su espíritu untuoso y pegajoso.
Nada o todo podía haber en su interior; pero aún así, despertaba los deseos frágiles que nos llenaban la boca de apuros y urgencias.

Alguien, papá o mamá, la habían dejado ahí como al descuido, sabiendo que su sola presencia era un regalo de los más preciados para nosotros.

“¿Y cuándo podemos abrirla?”, preguntábamos mi hermano y yo. “¿Es para hoy”, insistíamos con apuro indisimulado.

Las sonrisas cómplices se cruzaban a nuestras espaldas: “Ah, no sé. Preguntale a tu padre”, decía mamá. "Ah, no sé. Preguntale a tu madre", decía papá. Y como penitentes dispuestos a hacer el sacrificio, íbamos de uno al otro sin bajar los brazos.

Hasta que al fin llegaba el momento y nosotros, miembros de una guardia palaciega armados con cucharas, obteníamos el permiso de acometer la tarea y develar el contenido ya presentido de aquella lata preciada donde una vaca en blanco y negro nos miraba con cierto desconsuelo.

Y al quitar la tapa aparecía, brilloso, deseable y perfumado, el tesoro escondido. Y dejando a un lado las reglas del protocolo real, atacábamos con pasión embelesados aquel prodigio originario de quien sabe dónde, y a esta altura, un dato indiferente.

Y de allí hasta siempre, comprobamos una vez más que no hay nada más rico que el dulce de leche.


Comentarios

Entradas populares de este blog

LOS ABUELOS: día del abuelo 2021

Las abuelas, los abuelos Por detrás de los asombrados ojos de mi madre y de mi padre, asomaban, vistiendo sonrisas amorosas, cuatro rostros. No sabía yo al momento de nacer (¡cómo lo iba a saber!), que iban a acompañarme el resto de mi vida. Mis cuatro abuelos aunque muy distintos, se las arreglaron para dejarme cada uno su legado, aun cuando seguramente, ellos nunca lo supieron. Tuve una abuela que trajinaba todo el día, a veces rezongando, haciendo honor a su ascendencia italiana. Me enseñaba su quinta y sus gallinas y la ayudaba a tender las sábanas al sol. Algunas noches, se sentaba con nosotros a jugar a las cartas y allí se volvía niña. De ella aprendí a decir lo que pienso y que no hay tarea pequeña cuando se hace por nuestros seres queridos. Gracias abuela Ana. Tuve una abuela que me regaló una Biblia y me mimaba. Era como una especie de ángel guardián a domicilio al que acudía cuando de niño, me metía en problemas. La acompañaba a visitar a sus amigas y nos divertíamos m...

EL SÓTANO

EL SÓTANO En homenaje a todos los que pasaron por él y dejaron en sus paredes, un pedacito de historia.  Mil gracias "Ficha" y "Chiche" por compartir generosamente conmigo sus recuerdos. Escaleras abajo, el aire se poblaba de historias, y también de fantasmas que ya habitábamos desde tiempos inmemoriales ese recinto, mucho antes de haber sido levantadas sus paredes y dispuestas las ventanas. Incluso antes aún, de que alguien (ya no recuerdo el nombre) bajara esos escalones nuevos y relucientes por primera vez. Por eso puedo con propiedad, contarles esta historia. En este viejo sótano ubicado en la esquina que forman las calles montevideanas de Magallanes y Lima (donde por un descuido del destino se unen el nombre de un conquistador con el de una ciudad conquistada), un grupo de amigos orejeaba las cartas de la vida entre risas, discusiones y copas mientras allá arriba, el loco mundo seguía dando vueltas y vueltas al sol. La luz amarillenta de las lamparitas Gene...

LA SOMBRA DE ARISTO

LA SOMBRA DE ARISTO   Durante mi infancia, en el pueblo de mis abuelos (Sarandí Grande, departamento de Florida, Uruguay), un personaje al que todos conocíamos como Aristo y del que poco se sabía, recorría las calles día tras día. Iba arrastrando los pies y un poco a los tumbos llevando siempre en el bolsillo de atrás de su viejo pantalón, una honda. Todos nos burlábamos de su andar y le gritábamos “¡Aristo!” para luego escondernos para que no nos viera. Pasados los años, entendí que esa forma de tratar a los diferentes, es cruel e injusta. Aunque tarde, hoy escribo esta historia como un pequeño intento de reivindicación. —¡No se puede jugar a las cartas con ustedes!, ¡siempre ganan! Sinforosa, la abuela de Jorge, se quejaba de la buena suerte que tenían él y sus primos, Ana y Pedro, en el juego del purrete. Los vintenes iban con demasiada frecuencia de la mesa al bolsillo de los gurises y a la noche siguiente retornaban, siempre y cuando durante el día alguno no sucumbiera...