ROCHA: BALCÓN AL INFINITO
Una botella en la playa
desierta en una mañana de invierno, fría y extraña.
Podría ser el resto de algún
amor naufragado, pero no hay carta en su interior que me cuente el porqué de su
presencia ni su origen. Solo ella vacía y desnuda.
Miro al mar, río grande
convertido en océano justo en este lugar, distinto aunque el mismo que baña el
lugar donde vivo. Un camino infinito aunque imposible de recorrer con mis pies.
Las olas golpean con fuerza
las rocas de Punta del Diablo, esculpiendo con paciencia milenaria, pequeños
huecos, cavernas que se agrandan minuto a minuto, siglo tras siglo.
Nada es igual en este balcón
al sur; nada es estático ni inmóvil aunque lo parezca.
Desde el grano de arena que
vuela a destinos desconocidos o la gota de agua que salpica la orilla para
desaparecer anónima, sin sonido. Hasta el cielo hoy negro de tormenta o el
viento que trae la tempestad.
Esta extraña luz que deja
más blanca la playa, que amarrona al mar y vuelve más negro al cielo, me
cautiva. Deja presos mis sentidos que intentan descifrar y descubrir, el origen
y el lugar en donde radica tanta belleza.
El olor a sal y a iodo lo
impregna todo y se adentra sin reserva en mi memoria, donde rescata cálidos y
felices veranos en La Paloma.
Un balcón que se abre al
infinito, desde donde mido mi pequeñez bebiendo de las aguas dulces que me
alimentan y empujan hacia Playa Grande, allí donde algún corazón dejó abierta
una herida, o un beso selló la madrugada con una gaviota trasnochada de testigo.
Un balcón infinito, con
vista al alma.
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