LOS SUSURROS DEL TÉ Desde lejos, mucho antes de llegar a su casa, ya se escuchaba el barullo ininteligible de mil voces mezcladas, que en medio de difusas melodías, salían en un eterno caos de su vieja radio. Nada más doblar la esquina, te atropellaban sin permiso. Eran los ruidos que se escapaban por el agujero redondo de aquella caja-jaula de madera antiquísima, de perillas gastadas y un dial que recorría con su aguja, balbuceos sin sentido hasta arribar, con dificultad, a la estación elegida. Sobre todo en las tardecitas calurosas del pueblo, cuando las ventanas se abrían buscando alguna bocanada despistada de aire fresco (que nunca llegaba), se fundían sin distingos, tangos, noticias y fútbol que se esfumaban despacito y sin apuro en un viaje sin retorno. Igual que volutas de humo de un imaginario cigarrillo siempre encendido. Nunca supe a ciencia cierta la causa de su sordera. En las siestas de verano, huyendo de la resolana que nos hacía cerrar los ojos y arrugar la nariz...
Historias, versos y otras yerbas.